jueves, 22 de octubre de 2009

Democracia: ¿Hemos avanzado?

Todavía hoy consideramos el mejor sistema posible para organizar una sociedad la democracia pero ¿realmente podemos decir que haya cambiado mucho desde entonces?



José D. Valero - Madrid



Hace ya más de 2000 años asistimos en Grecia al nacimiento de la democracia. En esta el ciudadano era capaz de elegir el destino de su ciudad (polis) directamente mediante su voto en las asambleas, es decir, sin representantes, sin intermediarios políticos. El futuro del gobierno dependía directamente de los ciudadanos, por lo que aquellos grupos políticos que, más o menos, dirigían el proceso asambleario estaban en continuo examen por el pueblo: a una mala gestión, un castigo ejemplar. Eso sí, el problema de esta “democracia” era que el voto se reducía a una pequeña porción de población. No todos eran ciudadanos: mujeres y esclavos no tenían el derecho a votar por su propia condición de mujer o esclavo.

Dando un salto en el tiempo, pasando de largo los sistemas autoritarios monárquicos y el feudalismo (que al fin y al cabo era un forma de autoritarismo pero dividida en varias personas), la llegada de las ideas liberales en el siglo XVIII y XIX rompen con el denominado "derecho divino del monarca" (el poder por el poder de los gobernantes, otorgado por Dios) y se vuelve a una especie de "democracia primigenia" dando paso a formas democráticas limitadas. Primero, a un sufragio censitario, en donde el voto reside en una población cualificada por las posesiones materiales, es decir, los ricos eran los que votaban; y, más tarde, gracias a la presión ejercida por lucha social de finales del siglo XIX y entrado el siglo XX, se llega a un sufragio universal, en donde todos votan (aunque bien es cierto que el derecho de voto de la mujer llegará más tarde).

Es en este preciso momento cuando surge la verdadera “trampa” del sistema liberal. Como muy bien afirman los sectores más críticos pro-demócratas, al extenderse el sufragio universal es cierto que aumenta la masa de votantes, pero también se transforma al voto en una suerte de "papeleta sin valor" debido fundamentalmente a que el votante ya no vota ni de forma directa ni eligiendo de forma concreta a sus representantes locales (o a un determinado programa), sino que vota a la generalidad de un partido, dando de esta forma una total independencia al gobernante en sus actuaciones y liberándole de toda carga de responsabilidad del incumplimiento de determinados programas. Además de todo esto, hemos de añadir otra “trampa”: no cabe sanción posible al gobernante por este incumplimiento, a menos que se ejerza desde las cámaras a través de mecanismos muy restringidos y complejos (por ejemplo: moción de censura), blindando así la permanencia del gobernante en el poder hasta el final de su periodo gubernamental, que es cuando se puede “castigar” su actuación.


Por otra parte, la preponderancia de los partidos políticos por encima de los propios representantes de cada circunscripción en la escena política y sobre el resto de organizaciones políticas provoca una progresiva "oligopolización política", es decir, la concentración del poder en pocas manos y por aquellos que favorezcan la perpetuidad del sistema partidista (fundamentalmente, el poder económico y el poder mediático).


Aquí ya empieza a estar la cosa menos clara a la hora de decir si realmente lo que vivimos es una “democracia”. Demos un pequeño salto en el tiempo y comparemos la democracia participativa griega con las actuales democracias: es cierto que el voto estaba vetado para muchos, pero tampoco ha cambiado mucho la situación.

Las condiciones de vida de un esclavo (o una mujer) en Grecia previsiblemente eran más duras que las de un trabajador de hoy en día, sin embargo la situación política de ambos es bastante similar. Hoy en día, desde un punto de vista económico-marxista, el trabajador es “esclavo” de su trabajo, ya que si no consigue su salario no podrá cubrir sus necesidades vitales y accesorias (por cierto, muchas creadas por la propia dinámica del consumo capitalista). Por otro lado, desde un punto de vista político, como sugiere H. Arendt el trabajador/votante es, igualmente, como un esclavo, ya que, aunque él sí puede participar, él no participará nunca directamente en las decisiones que afecten al futuro de su Estado o nación. 
 Su voto, por tanto, vale lo mismo que la carencia de participación del esclavo: nada.



El sistema democrático griego, salvando sus carencias (que evidentemente serían salvadas con el paso de la historia) era infinitamente mejor que el actual sistema democrático, fundamentalmente en el hecho de que la separación entre Gobierno y ciudadano no existía, es decir, “el ciudadano era el Gobierno”. Además, el propio sistema transformaba la actitud de los ciudadanos, haciéndoles más participativos en los temas públicos, y no como ahora, que nuestra sociedad se caracteriza por la apatía política, sobretodo cuanto menor edad tenga el votante.


Es cierto que tratar de llevar a cabo un sistema como el griego hoy en día es prácticamente imposible, ya que el tamaño de la masa votante hace impracticable que se decidan cuestiones de gobierno por separado, tanto por imposibilidad de hallar un espacio donde poder establecer la asamblea como el propio límite del tiempo, ya que las votaciones durarían demasiado. Eso sí, cabe una posibilidad: ¿qué sucedería si redujéramos el tamaño de los órganos de gobierno, es decir, dividirnos en secciones de votantes más pequeñas?, ¿sería tan complicado llegar a la democracia participativa original de Grecia? Quizás muchos problemas actuales de eficacia y eficiencia gubernamental podrían solventarse con esta propuesta.

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